I
Los teólogos del siglo XIII -sobre todo Alberto y Tomás-
utilizaron a Aristóteles para reforzar el viejo desprecio agustiniano hacia la
mujer: «un varón fallido». A pesar de que esta idea de Aristóteles encajaba en
la machista Iglesia agustiniana, sin embargo la recepción de este
descubrimiento biológico de Aristóteles no se vio libre de reticencias e impugnas. Guillermo de Auvernia (1249), magister regens de la universidad de París y
obispo de esta misma ciudad desde 1228, opinó que si cabe concebir a la mujer
como un varón defectuoso, entonces también es posible calificar al varón como
mujer perfecta, lo que tiene un preocupante sabor a «herejía sodomita». Pero el
temor de los hombres de Iglesia a tomar de Aristóteles el alto aprecio en que
los misóginos griegos tenían a la homosexualidad, fue más débil que el deseo de
dar finalmente con una explicación convincente de la subordinación de la mujer
al varón. Los patriarcas de la teología católica aceptan gustosos que el
patriarca de los filósofos paganos les adoctrine en este punto concreto.
Después de que los hombres (paganos y cristianos) hubieron recluido a la mujer
con los hijos en la cocina y se hubieran arrogado para sí todas las restantes
actividades en la medida en que parecían interesantes, cayeron en la cuenta de
que el varón es «activo» y la mujer «pasiva». Y, según Alberto Magno, este
hecho de la actividad masculina confiere al varón una mayor dignidad. No duda
en afirmar que la frase de Agustín de que «lo activo es más valioso que lo
pasivo»
Esta actividad masculina y la pasividad femenina se refieren según Aristóteles también al acto de la procreación: el varón «procrea», la mujer «concibe». En 1827 con las investigaciones sobre el óvulo femenino quedó demostrada la participación paritaria de la mujer en la procreación. La idea de que el semen masculino es el único principio activo de la procreación se afirmó de tal modo gracias a Tomás de Aquino que la jerarquía eclesiástica ignora todavía el descubrimiento del óvulo femenino y las consecuencias que se desprenderían de ese hecho, por ejemplo, para la concepción de Jesús. hasta el descubrimiento del óvulo femenino, se pudo decir que María había concebido a Jesús por obra del Espíritu Santo, ya no es posible mantener tal afirmación sin negar el óvulo femenino.
Pero si se acepta tal hallazgo, se negaría la actividad
exclusiva de Dios, y la concepción por obra del Espíritu Santo (bajo la idea
precristiana del espíritu santo como ente divino femenino, como madre)sería
entonces una concepción sólo al cincuenta por ciento, cincuenta por ciento
Dios- padre y cincuenta por ciento espíritu santo- madre.
La idea de la exclusiva actividad masculina en la
procreación no fue inventada por Aristóteles. Ella se corresponde con la imagen
que el varón tenía de sí con anterioridad.
Ya Esquilo, el padre de la tragedia occidental, ve al varón
como progenitor exclusivo. Por eso, el hecho de que Orestes matara a su madre
Clitemnestra no es tan grave como si hubiera asesinado a su padre. «La madre no
es fuente de la vida para el hijo que la llama madre, sino que cría el joven
germen; el padre procrea, ella conserva el retoño», opina Apolo. Éste se
refiere luego a Palas Atenea, que nació de la cabeza de su padre Zeus. «También
sin madre se puede ser padre: lo atestigua la hija de Zeus, el Altísimo, la
cual no creció en el sombrío seno materno». Atenea, la hija de padre, dice a
continuación: «Porque no hubo una madre que me pariera. Vivo exclusivamente en
el padre, por eso considero menos punible el asesinato de la mujer» he ahí el
principio de uno de los tantos argumentos misóginos que rescatará la patrística
en su siglo de oro...
“Mujer y sexualidad en Tomás de Aquino”
Ensayo de Uta Ranke Heinemann.
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